Te diré quién soy sin pronunciar mi nombre
ni en canto de mujer ni en palabra de hombre,
te diré que el sol, que a nuestra tierra escombre,
me ha puesto el mismo abrigo de su áureo alfombre.
Y sabrás de mí cuando, al rozar las flores,
encuentres esparcidas, como caracoles,
esporas diminutas de próximos albores
trazándole el camino a los polinizadores,
te topes con la vida que alumbra mi legado,
y cuando sobre campos, cultivos y labrados,
germinen las promesas de todo lo sembrado.
que da de beber igual a zánganos y manobres;
milagro que se fermenta entre las celdas cofres
de aquel palacio dorado en donde forjo mi onofre.
pues, justificando mafias y erradicaciones,
se está arrasando con las últimas poblaciones
de la especie de quien pende el futuro de las naciones.
intentado descubrir a los causantes de mi ausencia,
notarás que tras la sombra de la sórdida emergencia,
gobierna la avaricia, con su edicto de indolencia.
desde buitres gigantescos y otras máquinas monstruosas;
mientras que el veneno que destilan, ostentosas,
se esparce por el agua y por el cauce de las cosas.
estropeando la función de mis sistemas vitales,
dejándome a la merced de todo tipo de males,
e impidiéndome cumplir con mis misiones sociales.
que van dejando su herencia de guerras y cementerios;
arrasando con todo lo que toca su ministerio
y haciendo elevar la voz en la que enuncio mi vituperio:
que ofrecen sembrar paz con semillas homicidas,
dispuestos a pelear para abrazar su acometida
y acabar con los vestigios de La Tierra y de la Vida.
que no se quedará inmóvil ante la matanza;
y te dará de comer, en su bendita cobranza,
todo cuanto coseches de tu propia labranza.