FANTASMA
Abro los ojos y lo primero que veo es el vacío, cierro mi
boca y de pronto me brotan las palabras. Me acostumbré a estar sola, a jugar
con la lluvia a que nos empapamos, a husmear en el espejo hasta que creo
encontrarme. En ocasiones me gusta creer que existo, aunque podría banalmente
decirse que hace mucho tiempo me entregué al olvido.
Camino por el parque sin escuchar mis pasos, oigo el crujir de las hojas y el silbido del viento, pero no puedo tocarlos. Allí, en una de las bancas del fondo, siempre abstraída y con el rostro corrugado, está ella sentada en silencio con los ojos sembrados en las flores, cubriendo sus alas cansadas con el querido chal de la tarde. Aunque pudiera hablar, no habla, tal vez porque prefiere pensar que también se le murieron los recuerdos.
Mientras me acerco y dejo que su perfume gastado me impregne los huesos, las flores la mantienen sumergida en reflexiones profundas. Me siento junto a ella y al rozar su mano sus ojos húmedos se arrancan bruscamente de la tierra, y sus labios viejos finalmente susurran mi nombre.
Ahora puedo marcharme, mamá, cerrar los ojos y encontrarme conmigo.